jueves, 3 de mayo de 2012

Fantasias - "(dis)Fantasía junto al Guadalquivir"

Estaba pasando el verano en la ciudad, intentando mantener una precaria una rutina mientras las calles se derretían a fuego lento y esperando a que la noche cayese del cielo para asaltar la vida nocturna. Era algo de lo más desestructurante, ciertamente, aunque visto con la sana distancia que otorga el paso del tiempo, no dejaba de tener su nosequé evocador: Estar un martes de Julio tomando chupitos en el ominoso Gilles de Rais o un jueves bailando Doo Woop en el Canalla mientras allá fuera, aún en lo profundo de la madrugada, los termómetros estaban a punto de estallar, era algo no exento de fantasía.

Fue un verano pasado por alcohol. Bebíamos y bebíamos. Por la tarde, en los descansos del curso,que a veces los prorrogaba  hasta el punto de no volver hasta el dia siguiente, por la noche, por la madrugada, en casa, en la calle: El alcohol era el motor, el empaste, el acicate de los planes, el bálsamo contra la abulia, el indispensable atrezzo de aquel caótico trimestre, en suma. Así pues, y como era de esperar, esta historia da comienzo dónde tantas otras: En la barra de un bar.

- Pues sí, llevo tintorro en el maletero. Por sí queremos acercarnos allí. 

Chuso estaba padeciendo un verano harto similar al mío, con el agravante de que el ni siquiera tenía unas obligaciones que atender. Su día a día era una especie de nebulosa empapada en bebercio que bien podía acabar a las seis de la mañana de un lunes y reanudarse a las cinco de la tarde del día siguiente, con idénticos objetivos que en la jornada anterior. Cómo consecuencia del limbo existencial en el que nos hallábamos, quedábamos con asiduidad, casi todos los dias. La falta de planes era la norma, guiando el rumbo de las noches en función de nuestros apetitos etílicos de cada momento y encaminando nuestros pasos a los lugares donde mejor podían saciarse. Aunque esa noche, parece ser, se atisbaba una rendija de luz, a saber: La posibilidad de contemporizar con unos proscritos como nosotros, otros condenados a pasar el verano sin salir de la ciudad, tan deseosos de oxigenar su viciada agenda de contactos como nosotros. Sin embargo, el plan ofrecía sus vetas de oscuridad
No eran exactamente colegas nuestros. Ni míos ni de Chuso. A esos, los vacaciones los habían alejado de nuestro radio de acción, marcado por la dejadez y un cierto ánimo de autodestrucción. Más bien eran conocidos, colegas-de-un-colega de Chuso. Más bien, afinando, el contacto era un sólo tipo, Marco, que vendría acompañado de su consiguiente patulea.

El lugar elegido tampoco era especialmente tranquilizador: Las profundidades de 'la botellona', esto es, la kilométrica y gastada franja de cemento que discurre en paralelo al río, al otro lado del cual, a la caída de la noche, brillaban las luces de lo que fue Expo Universal, como un recordatorio de lo que Sevilla pudo haber sido y jamás fue.El escenario, de por sí deprimente, era definitivamente letal un día entre semana y a los consabidos junkies fugaces, parejas ocultas en las sombras y ocasionales coches patrulla había que sumar un absoluto clima de desolación cuasi-nuclear, que hacía que sinitiéramos restallar cada paso que dábamos, y perder confianza en encontrar a nadie a medida que nos acercábamos al objetivo. Pero, cómo no podía ser de otro modo, llegamos.

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La primera impresión fue de una claridad diáfana, realmente,y una vez pasado ese punto, ni Chuso ni yo podíamos alegar que no sabíamos lo que había. Y si decidimos sentarnos y desempacar nuestra carga de vino barato fue por una simple cuestión de decoro, por no pasar de largo de aquello y tomar la escalinata más próxima que nos llevase de vuelta a la civilización.

Marco era simpático como el que más, pero también un mentiroso redomado, o eso indicaba la proporción que teníamos a la vista, esto es: Una chica flanqueada por algo así cómo siete tipos, cuya mayoría, a decir verdad, le prestaban la misma atención que habría recibido alguien pasado de coca en el baño del Corto Maltés.

El grupo, bajo una mirada superficial, era variopinto: Un par de rollizos muchachos de aspecto agitanado y franca conversación, algún militante de la escena punk, un estudiante de aspecto atlético y modales exquisitos, un chaval de aspecto emo... Y ella.  Sin embargo, al calor del trasvase de rondas de vino de cartón con naranja, cualquiera con un mínimo de intuición iría viendo claro el nexo que unía a tan peculiar composición humana, a saber: Una profunda depravación y falta de principios éticos. Su rutina era la sordidez. Contaban ufanos historias que otros habrían guardado en lo más profundo de su psique, y aunque a veces uno notaba como se les iba la mano con la literatura, era innegable que al fondo de todo aquello latía el corazón de la verdad.

Sin embargo, no todos eran así. No, el muchacho emo no era uno de ellos, no encajaba. Tendría unos 17 años (siendo con mucho el más joven de la reunión) y su expresión se debatía entre la incomodidad, la pesadumbre y la inocencia corrompida. Evitaba cruzar mi mirada con la suya, porque su gesto, en un mal día, podría hacerte llorar. Era como un niño perdido en la puerta de un colegio, ni siquiera lo recuerdo bebiendo. ¿Qué diablos se le había perdido allí?

A ninguno de los presentes parecía dárseles un ardite tales cuestiones. Bebían -bebíamos- a ritmo constante y pendenciero, y las conversaciones, azuzadas por los grados, comenzaban a mostrar las cartas de cada uno. La sórdidez dominó la temática de las charlas y la gente empezaba a escupir sus letanías: El que fue infiel, al que le fueron infiel, el que se jactaba de haber dividido su cama de manera que 3 parejas pudiesen hacerlo a la vez, el que era hetero pero un día no lo fue... Hasta el estudiante tuvo sus 5 minutos de gloria, cuando confesó que una vez le fueron tan mal dadas que acabó viendo una peli porno transexual. Sin embargo, todo quedó en agua de borrajas cuando ella tomó la palabra. Sus apremiantes palabras de apertura permanecen indelebles en mi memoria:

- Eh, eh! Qué yo he partido dos pollas, cuidao!

Lo vociferó en un tono de clara autovindicación, como el abogado que presenta los diplomas de su despacho, cómo el músico que te da la chapa con su colección de instrumentos. El orgullo iluminaba sus pupilas: Aquella era su gesta, su hazaña, haber enviado a dos pobres diablos al hospital tras una improvisada y furtiva operación de fimosis. Aquel sinposio hizo que, por vez primera, detuviese mi vista en ella.
  
Ella, en otro momento, lugar, y espacio, podría haber sido una mujer guapa. Pero su atractivo estaba terriblemente degradado, jalonado por un rostro cansado, un puñado de tatuajes baratos y una llamativa barriga cervecera que mostraba sin ningún pudor. El conjunto era algo así como un chicle mil veces masticado que ha perdido todo lo que algún día le hizo apetecible. Tendría un par de años más que yo, pero la caída de sus ojos delataban un recorrido algo mayor que el mío.

El resto de su intervención fue una mareante sucesión de fluidos, posturas, tios que le pegaban, tíos a  los que pegaba, anécdotas rayanas a la zoofilia y todo un marasmo de datos biográficos que me convencían minuto a minuto de que no tocaba a la piva esa ni con un palo.

Cuándo su relato había pasado a ser para mí una suerte de hilo musical distante con ocasionales ramalazos disgusting y había retomado mis conversaciones con Chuso y Marco, justo entonces, surgió un hilo, una voz quebrada, un susurro al que había que prestar toda la atención para descifrar lo que decía:

- Y-yo creo que ya vale... ¿No?

En efecto, era el. El chico de aspecto emo tomaba la palabra por vez primera en la noche y no hacía falta tener piso en Baker Street para darse cuenta de que lo que acababa de tener lugar era un intento desesperado por su parte de reconducir a su.... chica.

Pobre. No se había dado cuenta. No sólo de que el no era nadie en aquella reunión y que su condición era la de insólito capricho de su parténaire, algo así como el chihuahua que se compran los antiguos politoxicómanos en la recta final de su vida. No. Sino de algo más.

Aquella noche no era de nadie, salvo de ella. Era la noche de la revientapollas. Todo el círculo quedó pringado de su procacidad, de su desencanto, del infinito cansancio con el que rememoraba episodios en teoría placenteros. Nadie podía hacer nada, y menos, mucho menos, aquel pobre maricón. La respuesta no se hizo esperar, y fue tajante:

- Tu a mí no me dices lo que tengo que hacer ¿Me oyes? -Le respondió ella, dando énfasis a su aseveración con un sonoro manotazo en su brazo que hizo tambalearse al chico (harto menos voluminoso que ella) como un junco seco.

Por unos segundos, todo pareció detenerse. Aquello era demasiado patético: El tipo que se la quiere dar de Glenn Ford siendo abofeteado por Gilda ante la atenta mirada de un grupo de degenerados y conocidos eventuales de pocos escrúpulos. Tal fue la tensión, que alguien del grupo hizo por quitarle hierro al asunto, manteniendo la jerarquía, eso sí.

- Venga, tía, compréndelo, es muy chico para ti y tus historias. Hablemos de otra cosa.

Ignoro que clase de mecanismo acción-reacción desató esas a priori inofensivas palabras, cuyo porcentaje de malicia iba destinado, en todo caso, al dedichado emo menor de edad, pero su respuesta fue una inesperada catarsis pasada de rosca.

- Venga, tío, déjame de gilipolleces. Si por vosotros fuera, me follábais uno a uno, estáis deseándolo- Sentenció con vehemencia, sin ningún tipo de ironía, al tiempo que fijaba su mirada alternativamente en Chuso y en mí. Yo no pude reprimir una pequeña sonrisa.

Ella también reía, triunfal. En aquellos momentos uno no podía sentir menos que compasión por ella: Se había montado su propia película, cuyo papel estelar era algo así como ser la reina de un puñado de perdedores suburbanos. Sin embargo, uno de los rollizos agitanados se encargó de bajarla de su nube.

- Jajajaja, ¿pero qué dices tía? ¿Has visto lo gorda que estás?

............

Aquello surtió un efecto inmediato, y quién sabe si excesivo. Ella farfulló algo en su defensa con la voz prácticamente quebrada y se quedó sumida en una suerte de trance cabizbajo, moviendo nerviosamente los pies y mirando compulsivamente hacia los lados, esquivando miradas. La posición del emo en la historia era harto complicada, ya que todos los caminos le llevaban a lo mismo: A tragar. Su novia lo ponía en evidencia, pero aquel tipo que acababa de insultarla también lo ponía en evidencia, y el que hizo por quitar hierro, también lo puso en evidencia... ¿Quién le mandaba salir de su casa? ¿No tenía nadie que velara por su integridad?

Al final, viendo el drama que había desatado, y ante unas rápidas y expresivas miradas que le dedicó Marco, el simpático bromista se decidió a deshacer el entuerto, de una manera muy sui generis, eso sí.

- Venga, mujer, no te pongas así, que estaba de coña. Si yo te follaba ahora mismo.

Y entonces, como en esas películas americanas en las que todos acaban apoyando al héroe solitario, empezaron todos a lorear, progresivamente:

- Yo también, tía.

- Y yo.

- Anda que yo, te daba poca.

En aquel momento de éxtasis colectivo no pude evitar desviar mi mirada al emo. Su gesto era devastador, parecía a punto de llorar, y era notorio que acabaría rememorando aquella noche en el diván de un psiquiatra. 

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Mientras me recargaban el vaso de veneno eché un vistazo al móvil. Si su reloj no mentía, Chuso y yo llevábamos allí algo más de una hora. Sin embargo, tenía tal cansancio mental que daba la impresión de que iba a aparece el sol de entre los destartalados pabellones de La Cartuja de un momento a otro. Aunque mucho me temo que se trataba de una impresión aislada: Para ellos la noche seguía siendo joven. El estudiante-y-ocasional-consumidor-de-porno-trans le inquirió a Chuso.

- Bueno, cuándo terminemos los lotes, ¿Adón...? 

 Parece ser que la sola idea de pasar una noche al raso con aquella gente soliviantó a Chuso más de la cuenta, que saltó como un resorte para proclamar hasta dónde abarcaban sus planes.

- Nononono, yo estoy aquí por esto -dijo, blandiendo poderosamente el cartón de vino- en cuanto se termine me voy!

Se le pueden achacar muchas cosas a esa respuesta, pero no falta de sinceridad.